Capítulo 1
Fraude
fraude, s. El delito de engañar a alguien para lograr un rédito personal o económico; persona que simula ser algo que no es.
—¡No es justo! —dijo Jessie. Señaló las cuatro galletas con chips de chocolate que su hermano, Evan, estaba metiendo en una bolsa Ziploc. Estaban parados en la cocina, casi listos para ir a la escuela, el cuarto día de cuarto grado para ambos, ahora que los dos estaban en la misma clase.
—Bueno —dijo Evan, mientras sacaba una galleta y volvía a ponerla en el frasco de galletas—. Tres para ti. Tres para mí. ¿Contenta?
—No se trata de estar contenta —dijo Jessie—. Se trata de lo que es justo.
—Como quieras. Me voy. —Evan se colgó la mochila en el hombro y luego desapareció por las escaleras que llevan al garaje.
Jessie fue hasta la ventana de la sala de estar y observó mientras su hermano pedaleaba la bicicleta en la calle. Ella todavía no tenía permiso para montar en bici por lo que no podía ir en bici a la escuela si no la acompañaba uno de los padres. Era uno de los problemas de saltarse el tercer grado y de ser la más pequeña de cuarto grado. Todos los demás de su clase podían ir a la escuela en bicicleta, pero ella todavía tenía que ir caminando.
Jessie fue hasta el refrigerador y tachó otro día del calendario de almuerzos. El almuerzo del día era Hamburguesa de pollo. No era su favorito, pero estaba bien. Con el dedo, marcó cada día que restaba de la semana y leyó en voz alta el plato principal: Hot dog deli (asco), Nuggets de pollo con dip, Tacos de tortilla suave y, el viernes, su favorito: Palitos de pan francés glaseados de canela.
El espacio del sábado estaba vacío, pero alguien había escrito con marcador rojo:
Jessie se puso las manos en las caderas. ¿Quién lo había hecho? Probablemente uno de los amigos de Evan. Adam o Paul. Desordenar su calendario de almuerzos. ¡Probablemente Paul! Típico de él. Jessie sabía que Yom Kipur era una fiesta judía muy solemne. No recordaba qué era, pero era muy solemne. No puedes escribir ¡súper-fiesta! luego de Yom Kipur.
—Jessie, ¿estás lista? —preguntó la Sra. Treski mientras entraba en la cocina.
—Sip —dijo Jessie. Levantó su mochila, que pesaba casi tanto como ella, y se la puso sobre los hombros. Tuvo que inclinar la cintura un poco hacia adelante para evitar caer hacia atrás.
—Mami, no hace falta que sigas llevándome a la escuela. Estoy en cuarto grado, ¿sabes?
—Lo sé —dijo la Sra. Treski, mientras miraba hacia las escaleras del garaje en busca de sus zapatos—. Pero aún tienes solo ocho años.
—¡Cumpliré nueve el mes que viene!
La Sra. Treski la miró.
—¿Es tan importante?
—¿No puedo ir con Megan?
—¿Megan no llega siempre tarde?
—Pero yo siempre llego temprano, así que compensaremos.
—Puede ser mañana, pero hoy caminemos juntas. ¿De acuerdo?
—De acuerdo —dijo Jessie, a quien en realidad le gustaba caminar hasta la escuela con su madre, pero se preguntaba si los otros niños pensaban que ella era una chica aún más rara por eso—. Pero es la última vez.
Les tomó menos de diez minutos llegar a la escuela. Darlene, la guardia del cruce escolar, levantó sus manos enguantadas para detener el tránsito y les dijo:
—Bien. Ya pueden cruzar.
Jessie se volvió hacia su madre.
—Mami. Puedo continuar el resto del camino sola.
—Bueno —dijo la Sra. Treski, con un pie en el borde de la acera y un pie en la calle—. Está bien. Te veré a la salida de clase. Te esperaré aquí.
Retrocedió al cordón, y Jessie sabía que la miraría hasta que llegara al patio. No me daré vuelta para saludar, se dijo. Los chicos de cuarto no hacen eso. Evan se lo había explicado.
Jessie caminó hacia el patio buscando a Megan. Como a los niños no les permitían entrar a la escuela antes de que sonara la campana, se reunían fuera de la escuela. Se colgaban de los pasamanos, se deslizaban en el tobogán, conversaban en grupos u organizaban juegos cortos de fútbol o de básquetbol, si tenían la suerte de tener una maestra que les permitiera jugar con una pelota de la clase antes de entrar. Jessie recorrió el patio con la mirada. Megan no estaba. Probablemente llegaría tarde.
Jessie enganchó los pulgares en las correas de su mochila. Ya se había dado cuenta de que la mayoría de las chicas de cuarto grado no usaban mochila. Llevaban sus libros, carpetas, botellas de agua y almuerzos en morrales informales. Jessie pensaba que esos bolsos eran una tontería. La forma en que se golpeaban contra las rodillas y se hundían en el hombro. Las mochilas eran más prácticas.
Caminó hacia el patio donde Evan y un grupo de chicos estaban jugando HORSE. Algunos de los chicos eran de quinto grado y eran altos, pero Jessie no se sorprendió al descubrir que Evan iba ganando. Era bueno en básquetbol. El mejor de toda la clase, según Jessie. Quizás incluso el mejor de toda la escuela. Se sentó en la línea de banda para mirar.
—Bien, lanzaré un fadeaway —dijo Evan, nombrando su tiro para que el siguiente niño tuviera que copiarlo—. Un pie sobre la rajadura corta para empezar.
Botó la pelota un par de veces, y Jessie miró junto con los demás niños para ver si podía hacer el tiro. Cuando por fin saltó, lanzando la pelota mientras caía hacia atrás, la pelota surcó el aire e hizo un tiro con gran arco perfecto, justo a través de la canasta.
—¡Ufff! —dijo Ryan, quien tenía que copiar el tiro. Botó la pelota un par de veces y dobló las rodillas, pero justo entonces sonó la campana. Era hora de formar fila.
—¡Ja! —dijo Ryan mientras arrojaba la pelota bien alto.
...